“… Porque a nosotros, el Espíritu nos hace esperar por la fe los bienes de la justicia…” (Gál 5, 5-6).
Todos sabemos lo que sucedió un día como ayer, 15 de noviembre. Cacho se enfrentó a un mal casi proporcional al bien que prodigó.
El pueblo que lo lloraba, se volcó a sus pastores en busca de consuelo y claridad. Pero aquella curia les soltó la mano y mostró el rostro de la indiferencia y el desaliento. Un silencio incomprensible.
A Zaccardi lo recordamos así, con su perrito Epitalamio, barriendo de los escalones el arroz que dejó una boda recién celebrada, para evitar el patinazo de algún desprevenido.
Ya sea entre mates, ya sea en los libros y diarios, ya sea en reuniones o en sus obras, su nombre surge siempre desde el amor y la alegría, inspirándonos a la construcción del Reino.
Eso es signo de Dios, un signo claro que nos dice que, si bien su muerte no alcanzó la justicia de los tribunales, sí alcanzó la del Espíritu. Es todo cuanto importa.