El Evangelio sacude cuando Jesús afirma que los publicanos y las prostitutas entran antes en el Reino. No porque el pecado sea bueno, sino porque la gracia es más fuerte que el pecado. Jesús no celebra la caída, celebra el levantarse. A Dios no le impresiona el pasado manchado, sino el corazón que se abre y confía.
Los publicanos no son justificados por haber robado, sino por haber creído. Creyeron en una palabra que los llamó por su nombre y les ofreció un futuro nuevo. La salvación no se compra ni se acumula: se recibe. Es don para los pobres de espíritu, para los que se saben necesitados.
Por eso Juan el Bautista fue rechazado por los que se creían seguros. Porque abrió el Jordán como una puerta de misericordia y pidió solo una cosa: cambiar el corazón. No preguntó por el pasado, anunció una vida nueva. Dios siempre mira hacia adelante. Y el Reino pertenece a los que se animan a dar ese paso.



