En medio del episodio de la higuera, Marcos coloca la escena de la purificación del Templo. Jesús expulsa a los mercaderes que vendían animales para el sacrificio y cambiaban monedas, quienes, aunque contaban con permisos, no parecían estorbar el culto. Este gesto simbólico no está dirigido tanto a los mercaderes, sino a los responsables del Templo. Jesús denuncia la hipocresía de un culto centrado en aspectos externos sin una verdadera conversión interior. El culto debe ir acompañado de la fidelidad a la Alianza con Dios.
Jesús desea que el Templo sea una “casa de oración para todos los pueblos”, un lugar de oración auténtica. El evangelio concluye con una invitación a la oración llena de fe y a la caridad fraterna, especialmente al perdón de las ofensas.