Nos da seguridad: Riquezas, ideas, afectos, familia y proyectos son elementos que se valoran. El lugar de nuestro tesoro es igual al lugar donde reside nuestro corazón. La generosidad se manifiesta al ofrecer la propia vida y compartir con aquellos que más lo necesitan los recursos tanto materiales como emocionales.
La verdadera felicidad no se encuentra en renunciar a todo, sino en desprenderte de todo para entregarte a Cristo y trabajar por el Reino.
En la presencia de Dios, se hacen posibles el amor, la solidaridad, la generosidad y la confianza en que todo estará bien. Vivir una vida en la que los bienes no son el valor absoluto es lo que implica aceptar el Evangelio del Reino de Dios. Esto solo se puede lograr si Dios está en el centro de nuestras vidas y nos guía hacia el encuentro y la revelación del prójimo. Vale la pena renunciar a acumular riquezas para vivir una vida basada en compartir con los demás.