La salvación del mundo no se alcanzó por medio de la fuerza o la ambición, sino a través del amor abnegado de Cristo en la cruz. Seguimos a un Salvador humilde, aparentemente derrotado, el Siervo de todos, que entrega su vida por la redención de la humanidad.
El discípulo no puede ser más que el maestro. Colaborar con Jesús en la construcción del Reino implica asumir su misma actitud de servicio, lo que significa, en muchas ocasiones, sufrimiento, renuncia y esfuerzo constante.
Ser discípulo de Jesús implica convertirse en un servidor integral, especialmente de los más necesitados, de los marginados, de los olvidados por la sociedad. Amar es servir, y un cristiano que no sirve, no cumple con su misión. Una Iglesia que no sirve, tampoco tiene razón de ser.