El Espíritu capacitará a los discípulos para amar como Jesús, convirtiéndose en la fuente interior de su vida.
La Iglesia, en su misión profética, no solo debe denunciar el pecado del mundo, sino también proponer respuestas concretas basadas en el Evangelio para una vida nueva. Gracias al querer del Padre, la redención del Hijo y la acción constante del Espíritu Santo, todos podemos responder fielmente a su llamado y ayudar a otros a hacer lo mismo.
No estamos solos, ya que tenemos el don, la presencia y la fuerza del Espíritu en nuestra vida personal para ser testigos de Jesucristo. Se nos llama a vivir como discípulos coherentes con el Evangelio de Jesús.