Jesús, con su opción clara y decidida por los pobres, los oprimidos y los marginados, es la concreción viva y pastoral de lo que María canta en el Magnificat. En Él, ese canto se hace carne, gesto, cercanía y entrega.
La oración de María está llamada a ser también la oración de la comunidad de Jesús: una comunidad que no deja de asombrarse ante la acción de Dios en la historia, que sueña y trabaja por la transformación del mundo, aun sabiendo que, dos mil años después, esa transformación sigue siendo incompleta. Por eso necesitamos tomarnos en serio el Evangelio y comprometernos a anunciarlo y hacerlo vida. La salvación de Dios comienza aquí, en esta tierra, en la historia concreta.



