Dios puede hacer brotar la salvación de un tronco seco, de un matrimonio estéril, de una persona sin títulos ni cultura. Cada vez que asoma un brote de vida nuevo, inesperado, no calculado, suele aparecer la incredulidad. La novedad casi siempre encuentra opositores. A veces se disfraza de prudencia o de experiencia, pero en el fondo es soberbia: sólo vale lo que nace de mí, lo que puedo controlar, y no lo que Dios hace en otros.
Cuando Dios se compadece, sólo la fe es capaz de reconocerlo y animarse a la acción de gracias, a la alabanza y al anuncio. La incredulidad, en cambio, nos encierra en un silencio estéril, donde todo pierde nombre y valor.
Así como Dios se fijó en aquella mujer israelita estéril y en aquel matrimonio anciano, y de ellos hizo surgir hijos decisivos para la historia de Israel, hoy también posa su mirada sobre nosotros. Nos llama a ser colaboradores de su gracia salvadora, que en esta Navidad quiere derramarse sobre todos.



