Dios rompe siempre nuestros moldes. No se hace presente solo en los caminos religiosos habituales o institucionalizados. Muchas veces llega en el dolor, en el fracaso, en el trabajo cotidiano, en el pobre, en lo pequeño, incluso en lo que descartamos. Y no pocas veces rechazamos sus signos porque no coinciden con nuestras formas.
Por eso se nos pide abrir los ojos y el corazón: mirar los hechos sin prejuicios, contemplar la realidad sin etiquetas. Lo que importa es la vida que se libera.
El Mesías está allí donde hay signos de liberación y de amor: donde se curan las heridas, se rompen cadenas visibles e invisibles, se despierta la fe de los descreídos, se anima a los cansados, los pobres reciben una Buena Noticia, se combaten injusticias y se construye verdadera comunidad.



