El Reino no llega por magia ni se presenta de manera tibia. Brota desde la búsqueda de una justicia largamente esperada, desde la defensa de la dignidad humana, desde la compasión hacia los pobres y los que sufren, desde la lucha por poner de pie la Vida frente a todas las formas de muerte. Cuando el Reino irrumpe, remueve, recrea y renueva.
Por eso vivir el Adviento supone esfuerzo. No es un tiempo dulzón ni sentimental. Es tiempo de gracia que pide respuesta; don que invita al compromiso; palabra de consuelo que también llama a la conversión. Adviento es dejar que Dios nazca en nosotros y, al mismo tiempo, disponerse a trabajar con Él para que su Reino abra caminos en medio de la historia.



