Hoy también nos dirige la misma palabra: “Vengan a mí”. Su yugo es liviano no porque la vida deje de tener luchas, desalientos o persecuciones, sino porque Él mismo camina con nosotros. La carga que ofrece es la experiencia viva del Evangelio: amar y perdonar, sostener al que sufre, compartir lo que somos y lo que tenemos, trabajar por un mundo más justo y más humano, donde podamos reconocernos como hermanos.
Para esto nace Jesús y para esto nos preparamos en este Adviento: para recibirlo de verdad en nuestra vida, para dejarnos transformar por su amor y para asumir junto a Él el peso de los hermanos que están abrumados por la angustia y el dolor.
Jesús nos asegura algo decisivo: Dios no abandona a los que se quiebran en el camino. Dios sostiene, renueva y levanta; comunica su fuerza a quienes ya no tienen fuerzas. Su palabra sigue siendo una promesa de vida en medio del cansancio del mundo.



