La oración de Jesús al Padre para que envíe obreros a su mies ya fue escuchada: el Padre envió a su propio Hijo. Y porque el Padre ya respondió, los discípulos pueden ofrecerse con confianza al anuncio del Evangelio, sabiendo que no van solos.
También nosotros somos parte de ese pueblo pobre, hambriento y necesitado. Pero el don de Jesucristo nos transforma: desde nuestra pobreza podemos dar; desde nuestra fragilidad podemos acompañar; desde haber sido conducidos podemos conducir; desde el consuelo recibido podemos consolar.




