Jesús ofrece fiesta, no tristeza. Fiesta donde se expresa la vida que Dios derrama sin medida. Y ese manjar —aunque es para todos— tiene la medida de nuestra hambre y el sabor de lo que más necesitamos. Nuestra esperanza se alimenta de esa hambre: crece cuando reconocemos cuánto necesitamos a Dios.
El Adviento es para quienes nos sabemos débiles, hambrientos y pecadores, y por eso nos acercamos al Salvador que se compadece, seca nuestras lágrimas, nos da de comer, anuncia su Palabra de vida y de fiesta, y nos abre la mesa a todos.
Adviento es caminar detrás de la promesa de la fiesta, de la comida preparada para los pobres, entre los pobres. Aceptar esta pobreza es clamar sin miedo hacia Aquel que viene a transformar nuestro luto en danza y nuestro desierto en mesa de fiesta.




