Cuando el Evangelio no molesta a nadie, es porque se ha diluido y se ha amoldado a los criterios del mundo. Quien decide seguir a Cristo está llamado a optar sin medias tintas. Por eso su anuncio, que es mensaje de vida, genera rechazo. Los testigos son excluidos, traicionados, difamados, encarcelados, torturados y asesinados. Muchos se preguntan si vale la pena un futuro así.
Pero el evangelio revela una paradoja profunda: el poder que amenaza no es eterno, y su aparente victoria es su derrota. La muerte del justo es triunfo. Cada mártir destruye un poco más las estructuras del mal. Su luz se vuelve más fuerte cuando se apaga su vida, y su testimonio se vuelve más creíble y fecundo. Los que creen vencer con la muerte, en realidad son vencidos, porque no pueden apagar la fe que dejan encendida.
Jesús no nos engañó: jamás prometió aplausos ni caminos fáciles. Prometió la vida eterna y su presencia fiel. Aseguró que quien dé testimonio de Él ante los hombres, Él lo defenderá ante el Padre. Por eso sigue valiendo la pena seguir a Cristo: porque la Vida siempre vence, porque ningún poder es mayor que el de Dios.




