Proclamar a Cristo como Rey no es un acto triunfalista, sino una decisión de vida: vivir cada día los valores de su Reino.
Él quiere ser proclamado con la humildad de nuestro servicio, con la fuerza de nuestro compromiso, con la verdad de nuestro testimonio personal y comunitario.
La actitud de sus seguidores no es la del dominio, sino la del servicio; no la del prestigio, sino la del diálogo que comunica esperanza. Este mundo se evangeliza más con la entrega que con los discursos. En nosotros también debe cumplirse que “servir es reinar”.
El Reino no es un proyecto abstracto. Está inseparablemente unido a Jesús.



