El Evangelio del fin del mundo es una invitación a reavivar la esperanza: Jesús, que será exaltado en la cruz, volverá y llevará a plenitud la obra de la creación y de la redención. Pero esa obra no se hará sin nosotros. No sirve la evasión esperando que Dios lo haga todo, ni el apuro frenético que destruye. Lo nuestro es la paciencia activa, la responsabilidad solidaria, la creatividad que construye.
La autenticidad de nuestra fe se mide en la entrega a los hermanos. Una comunidad encerrada en sí misma deja de ser Iglesia y se vuelve un grupo que alimenta sus propios egoísmos.
La Iglesia de Jesús es la de los discípulos misioneros: la que sirve sin exigir seguridades, sin negociar garantías, confiando solo en Dios. Es la Iglesia que construye fraternidad con otros creyentes, sostenida por la esperanza que viene del Padre, unida en el amor de Jesucristo, animada por la fuerza del Espíritu que la impulsa a darse para que nazca un mundo nuevo.



