Ser santo no es huir del mundo, ni buscar una vida absurda o imposible. Es aspirar a la plenitud, a esa felicidad total que todo corazón humano anhela. La santidad no se mide por lo extraordinario, sino por lo cotidiano vivido con amor. No es un logro reservado a unos pocos ni algo que se alcanza en el más allá, sino un estilo de vida aquí y ahora, hecho de misericordia, de justicia, de compasión y de paz.
En esta fiesta de Todos los Santos, Mateo nos ofrece una brújula: las bienaventuranzas. En ellas descubrimos que la santidad no es perfección, sino apertura al paso de Dios, que nos llena de vida en medio de la lucha diaria por construir su Reino.



