Ser Iglesia es hacer presente la compasión de Cristo. Es tocar las heridas del mundo con ternura y con coraje. Es vivir el Evangelio no solo con palabras, sino con obras que liberen, que curen, que restituyan dignidad.
El sábado del Evangelio no es el día del descanso pasivo, sino el día del amor activo.
No es el tiempo de la quietud, sino el momento en que Dios sigue obrando en quienes aman.
Y nosotros, Iglesia del Resucitado, no estamos llamados a contemplar el dolor, sino a transformarlo con la fuerza del amor que libera, hasta que cada vida vuelva a respirar esperanza.



