El proyecto de Dios camina con la paciencia de la semilla y la discreción de la levadura. El crecimiento verdadero es invisible, pero imparable. La abundancia del Reino es un don gratuito, pero exige nuestra colaboración: no para conquistar, sino para servir; no para dominar, sino para amar. Todo se ha cumplido en Cristo resucitado, pero todo está aún por cumplirse en la historia.
Mirado desde fuera, el camino de la Iglesia puede parecer un fracaso. Siguen la persecución, la pobreza, la violencia y la indiferencia. Pero el verdadero fracaso sería que la Iglesia buscara el poder, que se midiera con los criterios del mundo, que olvidara el Evangelio por ganar eficacia o prestigio.
La fuerza del Reino no está en la influencia ni en los números, sino en la fidelidad silenciosa de quienes aman, sirven y esperan.



