Pero la tentación del fariseísmo no es cosa del pasado. Sigue viva en nosotros cuando justificamos nuestras omisiones con normas, cuando usamos la fe para imponer, o cuando acomodamos el Evangelio a nuestras conveniencias.
Por eso, este mensaje es también para nosotros, hombres y mujeres de hoy: para los que pretendemos poseer la verdad, controlar el amor o decidir quién merece la salvación.
Y es un llamado especial para toda la Iglesia: porque la verdad de Jesús pasa por nuestros labios y nuestras vidas, y sin discernimiento podemos caer en la trampa de ser manipuladores en vez de mediadores del amor de Dios.
El Señor sigue buscando profetas que se dejen quemar por su fuego, que hablen con valentía, y que devuelvan a su pueblo el rostro verdadero de un Dios que es justicia, misericordia y vida para todos.