Jesús habla de la limosna, pero no como un acto externo, sino como expresión del cambio interior. No basta con dar dinero o cumplir una norma: hay que sentir el dolor del otro como propio, hay que dejarse tocar por la miseria ajena y responder con compasión activa.
El Evangelio nos invita a pasar de la religión del deber a la espiritualidad del amor. A dejar atrás la fe de las apariencias, para abrazar la fe de la entrega.
Porque no se trata de cumplir, sino de transformar; no de aparentar pureza, sino de vivir la misericordia.
Y así, en medio de un mundo que aún separa y excluye, Jesús nos vuelve a mirar y nos dice:
“Limpien primero el corazón, y todo lo demás será puro. Dejen que la misericordia sea su norma, y el amor su única ley.”



