Esta escena nos revela el corazón del Evangelio: todo es gracia. No hay nada que merezcamos; todo lo recibimos del amor generoso de Dios. La verdadera fe nace cuando dejamos de pensar que “tenemos derecho a todo” y comenzamos a vivir en agradecimiento y humildad.
La acción de gracias es, entonces, el gesto más profundo del creyente. Es reconocer que no podemos salvarnos por nuestras fuerzas, que la vida entera es don, y que la única respuesta posible es la gratitud que se vuelve compromiso.
Volver agradecidos a Jesús es optar por Él y por su causa. Es hacer del Reino nuestra tarea diaria. Quien ha descubierto el amor gratuito de Dios no puede callarlo ni guardarlo para sí.