Solo desde la contemplación podremos ver más allá de las apariencias y reconocer, en medio de la dureza de la historia, la novedad imposible de la Pascua. Una Iglesia preocupada solo por “hacer muchas cosas” corre el riesgo de volverse empresa eficiente, pero sin Espíritu, donde todo funciona… y nada florece.
Contemplar al Señor no es simplemente mirarlo, sino dejarse mirar y transformar por Él. Solo así la acción en el mundo será fecunda. No bastan los proyectos, las agendas ni las estrategias: lo que transforma la historia es la presencia viva de Dios en quienes actúan movidos por su Palabra.
Por eso, el verdadero discipulado comienza “a los pies del Señor”. Desde allí, toda acción se convierte en anuncio del Reino, en signo del amor que se hace carne en la historia.