La súplica de los apóstoles nos sitúa en el corazón de la oración cristiana. Pedir más fe es aprender a valorar lo que Jesús valora y vivir como Él vivió. Es aceptar el misterio de un Dios que se revela en la fragilidad de la cruz y que nos invita a traducir en gestos concretos su Evangelio.
La fe toca el fondo de Dios y el centro del corazón humano. Es, al mismo tiempo, reconocimiento de nuestra debilidad y certeza de la fortaleza de Dios. Quien no se siente débil nunca podrá experimentar la alegría de ser sostenido por Él.
La fe es convicción de que el mal puede ser arrancado de raíz y de que el amor de Dios es más fuerte que toda oscuridad. Es un modo nuevo de vivir en el mundo, una fuerza interior que nos empuja y nos hace capaces de enfrentar las dificultades con la certeza de que todo tiene sentido bajo la mirada de Dios.