Sólo será creíble el Evangelio cuando se vea hecho carne en nosotros: en una vida unida a la Eucaristía, en una santidad que no es evasión, sino transformación del mundo desde dentro. Esta es la hora en que el Señor nos llama a vivir lo que anunciamos y a anunciar lo que vivimos.
El mundo de hoy espera testigos, no propagandistas; discípulos, no funcionarios; profetas que hablen con la vida, no solo con los labios. Y la fuerza de este testimonio nace siempre de la certeza de que nuestros nombres ya están escritos en el corazón de Dios.



