La escena es profética para nosotros hoy. La tentación de Santiago y Juan sigue viva en nuestras religiones, ideologías y políticas: aniquilar al distinto, silenciar al adversario, destruir al que piensa o cree de otro modo. Pero Jesús, con autoridad divina, nos muestra otro camino. Nos llama a renunciar a la violencia, al resentimiento y a la venganza, y a ser constructores de paz, diálogo y fraternidad.
Somos mensajeros de la Vida y del Amor que proceden de Dios. No del odio que oscurece la mente, ni del egoísmo que roba la paz, ni de la muerte que apaga el amor. El verdadero discípulo no pide fuego para consumir, sino Espíritu para transformar. El verdadero profeta no maldice al enemigo, sino que anuncia con valentía que el Hijo del Hombre ha venido a salvar, no a condenar.



