El primer paso del discipulado es la adhesión a la persona de Jesús: reconocer en Él la respuesta más honda a nuestras búsquedas. Pero enseguida se pide algo más: recorrer con Él el camino a Jerusalén, entrar en la historia de la Pasión. Porque esa es la suerte reservada al Hijo del Hombre, y es también la suerte de quienes quieran ser, como Él, agentes de transformación en un mundo dominado por el egoísmo, la injusticia y la mentira del éxito aparente.
La lucha por la verdad nos pone inevitablemente en el horizonte de la cruz. La Pasión no es resignación, sino coraje profético para encarnar los valores del Reino, aun cuando el mundo busque acallarlos a cualquier precio.
El martirio siempre es una posibilidad real para los que siguen de cerca a Jesús. Su causa necesita testigos confiables, dispuestos a darlo todo, incluso la vida, para que todos tengan vida en abundancia.