La viuda es rescatada de la miseria, de la marginación y del dolor. Madre e hijo recobran su dignidad ante la comunidad, gracias a un Jesús que desafía prejuicios, impurezas y enemigos, y que no teme enfrentarse a la muerte misma anticipando su victoria definitiva.
También hoy, en medio de nuestro dolor y de nuestras derrotas, tenemos la certeza de ser escuchados. Nuestros gritos y silencios, nuestras heridas y miserias, han sido abrazados por Cristo que tomó nuestro lugar y, desde la cruz, nos abre a la resurrección.
Por esta fe sabemos que Dios nos ama entrañablemente, que nos crea y nos recrea para la vida. Y porque somos amados, estamos llamados a ser testigos de esa vida que brota donde hay muerte, a ponernos como Jesús en el lugar de nuestros hermanos, y a encabezar con Él la procesión de la vida que recorre la historia hasta la fiesta del Reino, donde reinarán la justicia, la misericordia y el amor verdadero.