María es modelo de paciencia y de fidelidad en medio del sufrimiento. Toda su vida fue un sí perseverante, confirmado en el Calvario, donde se unió estrechamente a la muerte de Jesús y, por eso, participa también de su resurrección. El vía crucis de María se transforma en Pascua: su llanto en júbilo y su silencio en canto de esperanza.
Hoy, en medio de tantos dolores de nuestro pueblo —los hijos perdidos en la violencia, los descartados, los que cargan con enfermedades, pobreza o soledad— María se hace cercana. Su corazón atravesado se une al nuestro, para recordarnos que ninguna herida es estéril si se abraza desde la fe y se entrega a Dios. Como dijo san Bernardo: “Jamás la espada hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar también tu alma; por eso te llamamos más que mártir”.
María de los Dolores nos invita a mirar nuestros sufrimientos no con resignación amarga, sino con la certeza de que, unidos a la cruz de Cristo, serán transformados en vida, esperanza y resurrección.