La fe verdadera no se reduce a estar cerca de Él, sino a dejarse tocar, cuestionar y modelar por su Palabra viva, hasta que penetre los rincones más ocultos del corazón y transforme los repliegues más escondidos de la vida. Solo así la gracia se hace fuerza que convierte hombres y mujeres comunes en testigos transformados y transformadores.
Todos sabemos por experiencia que la fe conoce luces y sombras: a veces es certeza serena, y otras, duda dolorosa. Puede debilitarse bajo el peso del sufrimiento, del cansancio, de la tentación o de la indiferencia, hasta adormecerse y dejar de iluminar la vida. Pero también hemos de reconocer que la fe, cuando se vive con radicalidad, se vuelve fuego que enciende compromisos profundos, libertad que sostiene la lucha verdadera, luz que ilumina nuestras decisiones, coraje para permanecer fieles.