La enseñanza de Jesús no se queda en la denuncia. Nos presenta también la visión positiva: cada persona, como cada árbol, está llamada a dar fruto. Del tesoro que llevamos dentro brota nuestra vida: si es bondad, dará frutos de bondad; si es maldad, dará frutos de maldad. El discípulo es aquel que trabaja su interior, que convierte sus fragilidades en camino de crecimiento y, desde allí, se vuelve fecundo para los demás.
Jesús no condena el juicio moral, pero sí la incoherencia: pretende que quien quiera corregir, primero se haya dejado corregir; que quien guíe, vea con claridad. El Reino no es apariencia ni superioridad, sino responsabilidad. No somos jueces de los demás: somos testigos de misericordia, llamados a tener una mirada lúcida, sobria y compasiva sobre nosotros mismos, sobre nuestros hermanos y sobre la realidad del mundo.