Jesús, con sus comparaciones, anuncia la novedad absoluta de Dios: vino nuevo que no cabe en odres viejos, tela nueva que no puede coserse en vestidos gastados. Con Él llega la nueva alianza, que no se puede encerrar en estructuras caducas ni en normas que asfixian. Su Evangelio inaugura un tiempo de gracia y gratuidad.
Aceptar a Jesús no es saber unas cuantas verdades sobre Él, sino dejar que cambie nuestro estilo de vida. Es vivir con alegría interior, como amigos del novio, invitados a la fiesta de la salvación.
Por eso la Iglesia, testigo del Misterio Pascual, está llamada a ser como vino bueno y generoso que alegra el corazón. No puede anunciar catástrofes ni tristezas, sino irradiar el amor gratuito de Dios en Cristo. Solo cuando se ama de verdad se construyen relaciones auténticas, maduras, que devuelven paz, alegría y misericordia.