El corazón del discipulado es el seguimiento. No se trata solo de admirar a Jesús, sino de compartir su vida: lo que Él es y siente, sus tiempos y espacios, sus palabras y silencios, sus gestos de poder y su entrega en la debilidad. Seguirlo es dejar que su visión de Dios y del mundo encienda la raíz de nuestra misión.
En este camino, el Maestro nos introduce en una nueva dinámica existencial y nos invita a elaborar con Él un proyecto de vida nuevo. Para ello es necesario dejar atrás lo que nos ata, lo que impide la disponibilidad para caminar junto a Él. La renuncia no es pérdida, sino condición para abrirse a una escala de valores nueva y a una mirada renovada de la vida, nacida de Jesús mismo.
Ser discípulos significa dejarnos conducir dócilmente por el Señor, con el corazón libre, y atrevernos a reaprender la vida desde Él



