Jesús denuncia la hipocresía de quienes, en lugar de ser pastores, deformaron la Palabra y manipularon las conciencias. Cerraron la puerta del Reino y pusieron obstáculos a la acción de Dios en la historia. Y esta advertencia no es solo para aquellos tiempos: también hoy vemos fariseísmos de todo tipo, pero los más destructivos son los religiosos, cuando se persigue, se etiqueta y se pretende uniformar las conciencias, transformando a las personas en copias de un molde humano y no en imagen viva de Dios.
El Evangelio no es un peso que aplasta ni una camisa de fuerza que uniforma. Es libertad, creatividad y vida nueva en el amor de Cristo. Evangelizar no es hacer proselitismo ni imponer moldes, sino llegar hasta la raíz más profunda de cada persona, iluminar su realidad única y acompañarla a descubrir que allí, en lo más íntimo, Dios la habita y la renueva.