Con estas palabras, Jesús desenmascara la obsesión legalista y proclama lo esencial: la ley de Dios se resume en el amor. No es un amor superficial ni sentimental, sino la raíz y el espíritu de toda justicia. El amor es la savia de la ley, la que da vida a cada obra y a cada norma.
Jesús nos libera de la esclavitud de la observancia ciega. Nos recuerda que la verdadera vida religiosa se sostiene en dos pilares: la confianza filial en Dios y la fraternidad con los hermanos. No basta cumplir, hay que amar. Y el amor no se reduce a tolerar al otro: es ternura activa, compasión que se acerca, pasión que puede llegar hasta dar la vida.