La lógica divina desborda siempre nuestra lógica. Mientras nosotros calculamos y comparamos, Dios, que es Padre entrañable, ama sin medida y da a cada uno lo que necesita. Jesús nos conduce de la lógica fría de la razón al fuego del corazón, de una fe hecha de cálculos a una fe evangélica, abierta a la gratuidad. El Dios que Él revela no actúa según nuestros esquemas previsibles: abre su casa a pecadores y publicanos, recibe a paganos y extranjeros, ofrece la misma gracia tanto a los recién llegados como a los que han sido fieles toda la vida.
La justicia de Dios es inseparable de su misericordia. Y en ese amor sin medida está nuestra esperanza, porque si todo dependiera de méritos, ninguno tendría salvación. El Reino es gracia, puro don que se recibe con humildad y se comparte con alegría.