Lo que Jesús alaba no es la ingenuidad infantil, sino la pequeñez, la apertura, la conciencia de necesitar a otros, la capacidad de confiar sin cálculos fríos. Hacerse como niños es convertirse: dejar el afán de dominio, abrir el corazón y reconocer que sin Dios nada podemos.
Mateo enlaza esta enseñanza con la parábola del pastor que deja el rebaño para buscar la oveja perdida para mostrar hasta dónde llega la misericordia de Dios y hasta dónde debe llegar la preocupación de la comunidad por sus miembros más débiles. Frente a la dureza de los fariseos, que trataban al pecador como enemigo de Dios, Jesús revela un Padre que se alegra más por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos encerrados en su seguridad.