El que cura es Cristo. Él es la fuente de toda liberación. Pero solo podrá obrar a través de nosotros si somos canales limpios, fieles y confiados de su fuerza salvadora. La historia lo confirma: después de que su fe fue purificada, Pedro, en nombre de Jesús, pudo levantar al paralítico de la puerta del Templo.
La fe no es cruzarse de brazos y dejar que Dios lo haga todo. Es actuar movidos por Él, buscando su gloria y no la nuestra, confiando en su gracia y no en nuestras fuerzas. La fe no es resignación pasiva: es impulso, es fuego, es riesgo, es obediencia activa. Así, Dios obra en nosotros y en el mundo lo que parece imposible, lo que desborda toda lógica, lo nuevo de un amor que transforma.




