Es admirable la libertad de Jesús, su capacidad para dejarse descolocar, su apertura para descubrir que Dios es siempre más grande que nuestros planes. Jesús se deja tocar por el dolor, y en ese gesto, se revela el corazón del Padre.
Hoy también hay gritos de los que no “pertenecen”, de los que el sistema religioso ha dejado de lado. Y esos gritos, si no los escuchamos, si no dejamos que nos incomoden, pueden volverse silencio… y el Evangelio dejar de encarnarse.
La Iglesia está llamada a ser como Jesús: a cruzar fronteras, a romper seguridades, a escuchar los clamores de quienes buscan una migaja de esperanza. Si no no dejamos que entren esos gritos, corremos el riesgo de quedarnos repitiendo lo de siempre, cuidando lo nuestro… pero perdiendo la vida que el Evangelio nos ofrece.