La barca zarandeada por el viento es símbolo de la Iglesia, golpeada por crisis, tensiones y persecuciones. Pero también es imagen de nuestra vida personal, con sus miedos, vaivenes, inseguridades. Sin Jesús en la barca, todo se hunde. Pero si Él está, hay paz, hay rumbo, hay salvación.
Pedro también nos enseña. Porque, aunque se hunde, se anima a dejar la seguridad de la barca. Y eso también se nos pide: salir de lo cómodo, de lo seguro, de lo calculado. Confiar más en Él que en nuestras fuerzas. La vida nos golpea, sí, pero el Señor está ahí, esperando que lo miremos, que le tendamos la mano. Solo en Él está la fuerza.