La fe es la puerta que abre al milagro. Sin fe, los signos pierden su sentido. La incredulidad de los habitantes de Nazaret no solo impidió que Jesús hiciera milagros, sino que cerró la puerta a la salvación que Él traía. Eran familiares, amigos, vecinos a quienes amaba… pero fueron justamente ellos los que no pudieron acoger su mensaje.
También hoy, como entonces, hablar de Dios a quienes nos conocen de toda la vida puede ser difícil. A veces, las personas más cercanas son las menos dispuestas a escucharnos. La convivencia prolongada, los prejuicios, las heridas, o incluso la envidia, hacen que se miren más los defectos que los dones. Esa familiaridad mal entendida termina bloqueando la fe.