Permanecer en el campo, sin huir del conflicto, es la llamada que reciben los “hijos del Reino”. Es tomar en serio el llamado del Maestro, vivir como verdaderos discípulos, sabiendo que todo lo que no se alinee con el Reino será purificado.
La presencia de Jesús pone en evidencia el mal, y nos obliga a optar: vivir como hijos del Reino, o como hijos del Maligno. Hoy, como entonces, estamos en la encrucijada. Y de esta decisión, humilde y cotidiana, depende no solo nuestra realización, sino también la venida del Reino.