Cuando Jesús dice que el Padre ha ocultado estas cosas a los sabios y las ha revelado a los sencillos, no habla de un designio arbitrario de Dios, sino del obstáculo que representa el corazón endurecido del ser humano. La revelación de Dios está abierta a todos, pero solo pueden recibirla quienes se saben pequeños, quienes tienen el alma libre de orgullo y autosuficiencia.
Los sencillos ven con claridad los signos del Reino porque su mirada no está nublada por el resplandor de las riquezas, la arrogancia del saber o la sed de poder. Tienen el corazón limpio, y por eso pueden ver con los ojos de Dios. Se reconocen pobres, limitados, necesitados, y se presentan ante Él con las manos vacías, sabiendo que todo lo esperan de su amor.
No es la mucha ciencia la que nos lleva a la fe, sino el mucho amor.
Es el amor humilde y despojado lo que nos abre el corazón de Dios.