El seguimiento de Jesús no se mide por aplausos ni por éxitos visibles. La verdadera victoria está en mantenerse firme hasta el final, aun si eso implica perderlo todo, incluso la vida. Solo una fe sólida, arraigada en Dios, puede sostenernos en medio de la persecución y la angustia. Él no abandona a los suyos: es su Espíritu quien sostiene, quien habla, quien da fuerza.
El Evangelio nunca autoriza a perseguir a nadie. Ser discípulo es estar del lado de los perseguidos. Quien persigue o mata en nombre de Dios, traiciona su rostro. Pero cuando alguien entrega su vida por amor a Dios y a sus hermanos, revela su verdadero rostro y siembra vida nueva.
El Reino se manifiesta en la débil fortaleza de Jesús y en la entrega silenciosa de sus mensajeros. Es la historia de los pequeños y los humildes, los que no tienen poder, pero sostienen al mundo con su fe. Jesús no nos llama al éxito, sino a la fidelidad. Y en medio de todo, su palabra sigue resonando:
No tengan miedo, yo estoy con ustedes.