Jesús sigue llamándonos por nuestro nombre, en medio de nuestras historias concretas. Y nos llama a esta misión en un mundo herido: con el planeta en crisis, con corazones deshumanizados por el egoísmo, la corrupción y la ambición que todo lo justifica.
Es en esta realidad donde el Señor nos llama a proclamar, con fuerza y esperanza, la llegada del Reino. A ser servidores de la Palabra, a vivir como Él, sembrando gestos y palabras que construyan fraternidad. Es desde esos lazos verdaderos donde el Espíritu puede hacer nacer el Reino.
Nuestra misión es renovar entre los hombres los vínculos que la vida muchas veces rompe, para que los excluidos sean integrados, los pecadores rescatados, y el perdón pueda abrir una nueva historia de esperanza.