Ambas mujeres representan dos situaciones extremas. Una, con su hemorragia, se va apagando lentamente desde hace doce años. La otra, una niña que está naciendo a la vida, parece haberse entregado a la muerte. En una sociedad que las ignoraba, Jesús las tiene particularmente en cuenta. Se detiene por quien no se atrevía a pedir, y camina hacia quien ya nadie esperaba salvar. Su presencia transforma, su amor restituye, su gesto devuelve la vida. A ambas, las devuelve al centro, las pone de pie, las reconcilia con Dios y con la comunidad.
Es el anuncio de que Cristo ha venido a vencer la enfermedad y la muerte, no como quien las evita, sino como quien las atraviesa y las redime. No promete a los que creen en Él una vida libre de dolor y enfermedad, ya que Él mismo asumió el dolor, el cansancio, la misma muerte. Pero nos ofrece una luz nueva que ilumina el sufrimiento desde dentro, desde la Pascua.