Los enviados regresan con alegría y cierto aire de triunfo. Jesús no les quita esa alegría, pero les recuerda que lo más importante no es el éxito visible, sino saber que son ciudadanos del Reino. Eso es lo que da sentido a todo y lo que nadie les puede quitar.
El discípulo no es alguien que se guarda para sí la Buena Noticia, sino alguien que siente la necesidad de compartirla. Porque la Buena Noticia se ha hecho parte de su vida, y por eso brota el deseo de anunciarla con alegría: en una profesión vivida con honestidad, en un amor fiel, en una paternidad que educa en la fe, en una vocación descubierta desde Dios y al servicio de los demás.
Nuestra mayor dicha es haber sido llamados al Reino y poder colaborar para que muchos otros también lo descubran, lo vivan y lo esperen con esperanza y con fe.