El Evangelio no es cuestión de parches o maquillajes: es una conversión radical que transforma todo. No se trata solo de prácticas religiosas o rezos, sino de una renovación completa: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”, dice el Señor. Y también: “Hay que nacer de nuevo”.
Seguir a Jesús, en su raíz, es una fiesta, porque se apoya en el amor gratuito de Dios y en la salvación que nos trae Jesús. Por eso, vivir el Evangelio es celebrar la presencia viva de Dios entre nosotros, es abrirnos al Espíritu que transforma y renueva todas las cosas.
También hoy, vivir el Reino no es mirar con nostalgia un pasado glorioso, ni aferrarnos a costumbres vacías, sino dejarnos alcanzar por la fuerza transformadora del Espíritu, que todo lo recrea y lo hace nuevo.