El milagro es una respuesta a la fe. Los milagros de Jesús no son solo hechos extraordinarios; son señales de que Dios ya está actuando, de que su Reino está presente.
Jesús quiere que tengamos salud completa: del cuerpo, sí, pero también del alma. Quiere vernos libres, alegres, equilibrados, con paz. Hoy sabemos que el mal nos toca, que nos lastima y lastima a los demás. Pero muchas veces nos cuesta reconocer que también hay pecado, y que necesitamos ser perdonados. El pecado no es solo romper una norma; es algo que nos daña, nos paraliza, nos deshumaniza. Es una fuerza que nos impide crecer y vivir en plenitud.
Jesús vino justamente a eso: a reconciliarnos con Dios, a mostrarnos que siempre hay una salida, que siempre es posible empezar de nuevo. No hay pecado que no pueda ser perdonado. No hay situación de la que no podamos levantarnos.
Nadie puede caer tan bajo que Dios no pueda tenderle la mano.