También hoy, en un mundo marcado por divisiones, tensiones y urgencias, Pedro y Pablo nos recuerdan que la comunión no es uniformidad, sino unidad en la diversidad. No se trata de pensar todos igual, sino de vivir con el mismo amor y de dejarnos transformar por el mismo Espíritu. La comunión se construye con humildad, con diálogo, con fidelidad al Evangelio. No se alcanza evitando los conflictos, sino enfrentándolos con misericordia y verdad, poniéndolo todo al servicio de la misión.
Que hoy podamos dejarnos mirar por Jesús como Pedro, y dejarnos derribar y levantar por Él como Pablo. Que, como ellos, reconozcamos que no somos testigos perfectos, sino frágiles instrumentos convertidos por la gracia, enviados al mundo para anunciar que el amor de Cristo es más fuerte que nuestras debilidades, y que su Iglesia —aún con sus diferencias— es el lugar donde esa gracia se vuelve visible, concreta y fecunda.